“Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba”

Miguel de Cervantes. "Don Quijote de la Mancha".



viernes, 6 de febrero de 2015

La vida de las abejas (II)




Si existe un ser cuyo destino lo llame especialmente, casi orgánicamente, a darse cuenta, a vivir y organizar la vida en común de acuerdo con la razón pura, es indudablemente el hombre. Sin embargo, ved lo que hace, y comparad las faltas de la colmena con las de nuestra sociedad.

Si fuésemos abejas que observaran a los hombres, nuestro asombro sería grande al examinar, por ejemplo, lo ilógico e injusto de la organización del trabajo en la tribu de seres que, en otros puntos, nos parecerían dotados de una razón eminente. 

Veríamos la superficie de la tierra, única fuente de toda la vida común, penosa e insuficientemente cultivada por dos o tres décimos de la población total; otro décimo, completamente ocioso, absorbiendo la mejor parte de los productos de ese primer trabajo; los otros siete décimos, condenados a un hambre perpetua, extenuándose sin tregua en esfuerzos extraños y estériles, que no aprovechan jamás, y que sólo parecen servir para hacer más complicada e inexplicable la vida de los ociosos. 

Deduciríamos de ello, que la razón y el sentido moral de esos seres, pertenecen a un mundo completamente distinto del nuestro, y que obedecen a principios que no debemos abrigar la esperanza de comprender.

"La vida de las abejas", Maurice Maeterlinck (1901)